domingo, 19 de diciembre de 2010

Las Bicicletas.




En mi vida he tenido dos bicicletas y las dos han llegado en navidad. La primera fue una Benotto verde “cacho he ´burro” que me regalo mi padre cuando apenas cumplí doce años. Aun vivía el duelo de haber perdido a mi madre un noviembre infausto y de haber pasado la peor navidad que mi existencia pudiera registrar cuando mi padre decidió regalarme esa hermosa bicicleta. Mi hermana menor y yo estábamos jugando en la calle, como solíamos hacerlo desde que teníamos memoria. Al frente de mi casa de La Victoria estaba un terreno baldío lleno de grandes árboles, mangos, samanes y un sinfín de arbustos que adornaban ese terraplén separación de mi casa y del patio de mi colegio Inmaculado. Al final de la calle, justo a la altura de la casa de la Señora Eufemia, una gran Ceiba coronaba la luna decembrina que salía enorme cada noche y que nos permitía seguir jugando con los triquitraques y luces de véngalas (yo secretamente siempre vigilaba el cielo, no fuera ser que se me pasara de largo la estrella de Belén). Patinábamos como es costumbre en navidad en cualquier pueblo Venezolano cuando de pronto, a la vuelta de la esquina, esa tarde clara, azul celeste, apareció mi padre montado en mi bicicleta verde, sonriente, con sus lentes gruesos de carey, su guayabera amarilla y sus bolsillos llenos de plumas y estilográficas (siempre me pregunte para que una persona necesitaba tantas plumas para escribir…hoy día no lo objeto, también debo decir que el peine de carey de mi padre le combinaba perfectamente con sus gruesos lentes, detalle que me fascinaba, igual que sus botas tipo polainas, su maleta inglesa, su vaso plegable y su pelota de goma dura…era un tipo intrigante para mi mundo de niña ) mi padre no solía besarnos ni abrazarnos, era muy severo con las manifestaciones de afecto, pienso que como era muy sensible y le daba mucha emoción querernos no podía manifestarlo tranquilamente, además de que él fue criado arreando chivos y montando burros, cosa que no admite lagrimas, imperdonable era para un Coreano de la Sierra de Falcon que lo vieran llorar, aunque al final siempre lloraba y nosotras no sabíamos que hacer, si abrazarlo o salir corriendo.
La bicicleta era fantástica, de última generación, chirriaba de nueva, tenía un asiento largo y cómodo amarillo Piolín, ¿el tamaño? perfecto, mi padre se debió gastar parte de sus ahorros en ella…ese era mi Padre, siempre me dio las cosas que me gustaban, las que internamente me hacían más feliz. El, desde chica, me construía toscos instrumentos musicales, triángulos, chaperos, tambores, maracas y sonajeros, las crayolas, las temperas, los gruesos libros de dibujar. Me regalo mi primer Cuatro Cumanés, armaba pequeños autos para mí, me arreglaba los velocípedos y me regalo mi propia caja de limpiar zapatos, llena de cremas, pañitos de algodón y cepillos sacabrillo. También me llevo de viaje por toda Venezuela en un gran autobús de turismo, con su uniforme de chofer, corbata negra, camisa perfectamente blanca y almidonada, pantalones de gabardina azul y yuntas con su monograma. Justificaba la educación que nos daba (a tres mujeres) con el simple acomodo de vernos crecer como unas “Doñas Barbarás”, nos decía: las mujeres deben saber hacer de todo, desde acomodar una maquina hasta criar a sus hijos…y pues, en mi caso, ni lo uno ni lo otro, pero ¿para que desilusionar a un padre que traía una hermosa bicicleta a mis juegos?
Mi padre murió en Vigirima, hace poco más de veinticinco años, estoy pasando las navidades en Ensenada (nada más lejos de mi pueblo), el mar es frio, la tarde cae antes de la hora predestinada para el ocaso. Estos últimos tiempos han sido uno de los más exigentes de mi vida, termine mi año de Yaboraje el primero de diciembre y mi padre Eleggua está contento, mi salud va en franca recuperación (hace una semana ya no uso el bastón y mi pierna lesionada aun se tambalea, pero anda). Mi canto se ha expandido y crece como un jardín frondoso y silvestre, tengo diez días marcados con tinta indeleble que me sobrepasan el espíritu y la conciencia (el amor me da vueltas en la poesía y en las letras, hace cabriolas y preguntas y me deja suspendida como mago que pone a la muchacha a levitar) y…tengo una bicicleta roja.
Ayer fuimos a una tienda de segundas, ya la habíamos apartado con cincuenta pesos. Una preciosa bicicleta roja, aun no me aprendo la marca pero el manubrio es como los de antes, tiene cambios y una patica para poder estacionarla sin problemas.
El señor que nos la vendió me recuerda a mi amigo “El Capitán” quien vivía en El Supi, una playa de mi infancia y de donde es originario mi padre. El Capitán me enseño a nadar apenas tendría yo unos cuatro años, me contaba sobre la vida marina, los tritones y las sirenas, también me dijo que las ballenas eran más grandes que tres gandolas (cosa que apenas le voy contando a Sebastián). Me tuve que comprar unos tenis para montar mi bicicleta roja…fue la misma sensación la que experimente con mi bicicleta verde, el frio aire de la tarde cortando mi cara, la libertad de poder pedalear esa maravillosa bicicleta con mi pierna mala…nunca es tarde para montar bicicleta-pensé-para vivir y corregir lo que nos daña, nunca es tarde para volver a empezar, para restaurarnos de las catástrofes. En el parque donde me empeñe en dar algunas vueltas estaban dos niñas…recordé a mi hermana y a mi jugando en el frente de mi casa de La Victoria, con esa felicidad y esa inocencia que solo dos niñas pequeñas pueden tener, allí también estaba mi padre con la bicicleta verde, todos mis niños, el mar que me aguarecio y me hizo fuerte, mi bastón en desuso y las ganas de vivir y de recomponerme con lo cual quiero celebrar esta navidad, aquí junto a la Yolandita y su arbolito, que se también, es una ilusión de su infancia, de ese mundo con el cual, ninguna navidad tendría sentido…

Neiffe Peña

2 comentarios:

BAO dijo...

¡Qué hermoso Neiffe!
Desde amo a tu papá. Se parece al mío.

Gracias por compartirlo. ¡qué maravillosa bicicleta que te trajo la verde. Y aún más que puedas montar la nueva que te dice que sigues siendo la niña de siempre.

¡abrazo!

BAO dijo...

¡qué hermoso Neiffe!

Desde ya amo a tu papá que se parece al mío.

Que maravilla de bicicleta nueva que te trajo la verde.
Y que te hizo saber que la niña de siempre está viva.

¡abrazo!